Foto: Rafael Ontiveros
Alguna vez mis ojos se apartaron de la luz de las ventanas y la miré.
Demasiado cercana con la perfección de sus detalles,
con su piel que encandilaba nostalgias
y por las noches se burlaba
de la efímera sensación de soñar.
Ella
que de tan cercana me dolía en el pecho,
lastimaba mis horas,
y acariciaba el incesante dolor de amar.
Ella que resbalaba en mis pensamientos
y deshacía mis futuros.
A cada rato derribaba mis barreras
y entendía a la perfección el lenguaje
de mis venas.
Moría y renacía a veces con tan sólo observarla,
descendiendo hasta el Averno
y era ella.
Ella
Que de nuevo aparecía y me besaba como suplicando amor
y al instante se probaba sus deseos
y se vestía tan sólo de ella.
Ella que no supo que la amaba
y susurró pequeñas maldiciones de amor envenenado,
que no conoció el dolor de aquellas manos sin caricias.
Ella que de tanto en tanto me mataba
y se deshacía de la luz de la mañana
envuelta en sospechas.
Alguna vez intenté escribirla y descifrarla,
intenté maniatarla en mi memoria y la dibujaba a oscuras
fingiendo ser alguien más.
Ella que no sabe de silencios ni renuncias,
que no muere ni renace
y sólo es ella.
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